El examen

Lleva varios días lloviendo. El agua, tan necesaria –eso decían al menos los hombres del campo y los meteorólogos- hace tan solo unas semanas se está convirtiendo en un elemento rutinario de este mes de noviembre. Rutinario y molesto. Es una buena mañana para pasarla en la Escuela después de tantas jornadas de preparación y estudio encerrado en casa.

Los dos tramos de escalera encauzan casi de manera automática hacia el  aula asignada para el evento. De forma escasamente rectangular, amplios ventanales con persianas y cortinas y pintadas sus paredes en tonos claros, ha sido testigo mudo de muchas pruebas e infinidad de clases magistrales. ¡Cuánto saber acumulará la pátina que recubre sus muros!

Las tres filas de tubos fluorescentes impregnan el ambiente húmedo del aula de un halo de frialdad y expectación, roto por el ruido y los cuchicheos de los jóvenes nerviosos y por el parpadeo sonoro, cíclico y continuo del último elemento de la fila central.

Alguien debería sustituirlo.

Los pupitres de armazón metálico y banquetas y mesas de aglomerado barato de madera no superarían la más sencilla evaluación ergonómica. Como potros de tortura avivan la curiosidad de los alumnos y ahuyentan a Morfeo en las horas de tedio y ensoñación.

Hoy hay prisa por elegir el asiento preferido. No será una clase como las demás. Toca examen. Cada alumno utiliza la estrategia zonal de forma diferente. Unos intentan formar un grupo de trabajo en la sombra, otros buscan zonas alejadas  de la vigilante mirada del profesor. Toda planificación previa se trunca cuando se obliga a los asistentes a colocarse de forma predeterminada.

Comienza entonces el despliegue de material: bolígrafos de varios colores, portaminas y lápices de grosores y durezas distintos, rotuladores, afilapuntas, gomas, reglas y hasta tippex se desparraman por la superficie de la mesa. Algunos incluyen algún documento de identificación como retando a una comprobación de identidad.

El profesor comienza a desgranar al aire las instrucciones básicas; mochilas fuera, apuntes y libros  lejos; que si cuatro hojas con nombre y apellidos; que si hora y media de tiempo máximo…Los alumnos intentan asimilar las frases rápidas y amenazantes sin perder la compostura y la concentración.

La hoja con los enunciados es entregada y la suerte parece echada. Preguntas de teoría, problemas y supuestos; test y conversiones. No parece tan difícil.

Pero aun hay algo más. Una última norma antes de comenzar.

¡Horror!  No se puede utilizar la calculadora.

 

 

 

Marcos Álvarez

León, 21 de noviembre de 2011

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